Una declaración sobre la oscuridad de nuestra nación
Es triste e irónico que en este año el Día de los Reyes o la Epifanía, fecha en que se celebra la revelación de Jesús como la luz del mundo, coincida con uno de los días más oscuros en la historia de los Estados Unidos.
No importa la edad que tengas, el 6 de enero de 2021 seguramente se perfila como uno de los días más infames, reprensibles y horribles de nuestra memoria. Tal vez recuerdes el 7 de diciembre de 1941 (ataque a Pearl Harbor), quizás el 22 de noviembre de 1963 (asesinato de John F. Kennedy), y ciertamente el 11 de septiembre de 2001 (ataque a las Torres Gemelas). El 6 de enero de 2021 se encuentra entre estas funestas fechas.
Trágicamente, no debería sorprender a nadie el ver a terroristas domésticos merodeando el capitolio de los Estados Unidos. Luego de cuatro años de teorías de conspiración, desmembramiento de la verdad y faltas de respeto al estado de derecho, miles de insurrectos viajaron a Washington con la intención de socavar la democracia. Tras nueve semanas de esfuerzos para derrocar el sistema electoral de los Estados Unidos, con la persona más visible de la nación avivando las llamas del odio, el prejuicio y la división, bandas de rufianes se presentaron para implementar su mala intención. Después de la incesante escalada del racismo sistémico y del nacionalismo cristiano, la pandilla de fanáticos arribaron para invocar su superioridad y negarle a los demás sus libertades básicas.
No se equivoquen: Estados Unidos ha realizado una elección presidencial justa y transparente, certificada por jueces comisiones bipartidistas. Las personas que irrumpieron en el Capitolio no eran manifestantes sino insurrectos que buscaban subvertir el estado de derecho. Y aunque captaron la atención del mundo, no representan a la mayoría de nuestra nación.
En la oscuridad de esta hora, debemos mirar hacia la luz de Jesús. Él, no nuestra nación, es nuestro Salvador. Su mandamiento de de amar a todas las personas y de anteponer a los demás a nosotros mismos nos obliga a superar la división y buscar la reconciliación. Su ejemplo es una luz a seguir.
Así que debemos orar y trabajar. Oramos por causas más grandes de las que podemos alcanzar y trabajamos por aquellas que requieren nuestros esfuerzos. Debemos orar por la restauración de la bondad, la cortesía y la aspiración por el bien común. Y debemos trabajar para poner pie a nuestras oraciones esforzándonos por la rectitud, la decencia y la bondad.