Mirando a los refugiados, pero viendo a Jesús

Pastor Juvenal González en Tijuana

Pastor Juvenal González en Tijuana

Por Elket Rodríguez

¡Mírame! Eso me susurró Jesús todos los días que estuve en la gira de Fellowship Southwest visitando los ministerios que componen su red de apoyo a migrantes. Por espacio de dos semanas, fueron muchas las veces que me encontré a Jesús por la frontera entre Estados Unidos y México. 

  • Vi a Jesús en los ojos angustiados de un veterano deportado, sintiéndose traicionado.

  • Vi a Jesús luchando para hurgar en la ropa usada que los residentes mexicanos arrojaban a la calle.

  • Vi a un Jesús de 15 años esperando el momento adecuado para escalar el muro fronterizo cerca de la playa en Tijuana, México.

  • Vi a un Jesús anciano durmiendo debajo de un puente en una mañana calurosa.

  • Vi a un Jesús de 11 años sentado en una acera, considerando su triste futuro, preguntándose por qué no podía asistir a la escuela.

  • Vi a un Jesús recién torturado, desesperado porque alguien lo valorara, pregonando sus destrezas y extendiendo sus manos en un suplicio por sentirse honrado mediante un trabajo.

  • Vi a un Jesús con el corazón roto, llorando porque los cárteles le asesinaron a un hijo y una pareja.

  • Vi a un Jesús lloroso, lamentando el secuestro de su hija mayor a la vez que consolaba a su hija menor de 7 años quien confesó que quería suicidarse.

  • Vi a Jesús en los rostros de niños indefensos.

  • Vi a Jesús en la vergüenza de decenas de mujeres violadas.

  • Vi a Jesús en la desesperación de hombres incapaces de encontrar trabajo.

  • Vi a Jesús en la incertidumbre de innumerables jóvenes que sueñan con ser productivos.

Pero también vi a hijos de Dios ministrar por amor a Jesús en medio de esta vorágine.

Vi a un Jesús cansado ​​en los pastores Eleuterio González, Juvenal González, Carlos Navarro, Lorenzo Ortiz, Israel Rodríguez, Rosalío Sosa y Jorge Zapata. Vi a Jesús en decenas de voluntarios que asisten sus ministerios. Vi a Jesús en defensores, que alzan la voz en pro de los migrantes y los dignifican incidiendo por ellos ante las autoridades.

Vi a la humanidad y a la compasión desintegrar las diferencias teológicas. Toqué los límites de la preparación y la formación ministerial. Fui testigo de los puntos ciegos del cristianismo corporativo estadounidense. De paso, me cuestioné si el Reino de los Cielos, su ministerio y su misión, se ejercen en las calles y no en los templos.

Pero también vi a Satanás y su diseño de pecado y dolor. Vi como el pecado genera injusticias sostenidas que producen dolor sistémico en nuestros vecinos. Vi al diablo deshumanizar familias y comunidades enteras. Escuché a los fariseos corromper el evangelio, buscando proteger a cualquier precio su dinero, su poder, su orgullo, su privilegio, sus tradiciones, su herencia y sus nacionalidades por encima del Reino de Dios. Me pregunté si nuestra comodidad y nuestra riqueza son quienes nos ciegan para que no podamos ver la relación entre nuestro pecado y el sufrimiento de nuestro prójimo.

Más allá de lo que vi, esto es lo que aprendí: los migrantes no quieren nuestro dinero, nuestras misiones o nuestra caridad. Los migrantes quieren que reconozcamos, proclamemos y defendamos su dignidad, incluso cuando parezcan indefensos. Quieren que el pueblo de Dios les asegure que son dignos de ser amados, empoderados y preservados. Lloran para que veamos a Jesús en ellos.

Concluí que, si no estamos dispuestos a presionar a nuestros funcionarios electos en nombre de los miles de Jesús que esperan en nuestra frontera sur, cualquier otro compromiso con los refugiados es inútil. La incidencia o la defensoría son lo mínimo, no lo máximo, que podemos hacer en favor de los migrantes.

Multitudes de estos refugiados son cristianos ellos mismos. Entonces, si la sangre de Cristo y nuestra hermandad compartida no son suficientes para obligarnos a actuar, nada puede hacerlo. El Espíritu Santo puede reflejar el carácter de Cristo en nosotros, pero si nos negamos a participar de su obra santificadora, es causa perdida.De hecho, todos estos refugiados son nuestros vecinos sean o no cristianos. 

En la parábola del buen samaritano, Jesús juzgó con implicaciones eternas cómo los sanos trataban a los heridos, independientemente de sus diferencias religiosas o nacionales. En la historia no se muestra ningún defecto espiritual en el herido ni se condena o juzga la condición del necesitado. Pero si pone un peso eterno en la reacción del potencial servidor. 

Hoy, Dios juzga, de la misma manera, si cruzamos cualquier barrera para vendar las heridas de los migrantes quebrantados y necesitados. Nosotros, no ellos, determinamos lo que sucederá a continuación. Nuestra reacción dirá mucho sobre nuestra espiritualidad. 

Muchos predicadores nos instan a "mirar la cruz". Pero en la frontera, Jesús me insistió a que lo mirara en los rostros y la carne de los refugiados. Jesús me recordó que debía recibirlo y abogar por él, en ellos.

Repito, nuestra reacción a la problemática de los migrantes es relevante. Mi casa y yo, alzaremos la voz por el forastero. ¿Y tú, levantarás la voz en favor de quienes buscan asilo entre nosotros?

Si deseas convertirte en un defensor de inmigrantes, pulse aquí. Si desea apoyar el ministerio de Fellowship Southwest para los inmigrantes en la frontera entre Estados Unidos y México, haga clic aquí.

Elket Rodríguez es el especialista en misiones y defensoría de inmigrantes y refugiados de Fellowship Southwest y del Compañerismo Bautista Cooperativo.