The Christian Faith Is a Migrant Faith | La fe cristiana es una fe migrante 

A recent Pew Research Center study on the religion of global migrants shows that the United States is the top destination for international Christian migrants — about 35 million people, or 27% of the total U.S. population. 

See the full study here: https://www.pewresearch.org/religion/2024/08/19/christian-migrants-around-the-world/#destinations  

For years, I thought of our ministry at ELIM as reverse evangelism: we didn’t have to go to the nations, because the nations came to our door. In English-speaking North America, we often see ourselves as the light of the world, the voice speaking Christ to the nations. Rarely do we consider that perhaps God is bringing the nations here to bring us the gospel. 

It is true: Many come fleeing violence, hunger, and crushing poverty, seeking safety, dignity, and prosperity. In that sense, the “American Dream” may be the United States’ most influential cultural export, drawing millions from around the globe.  

Some arrive because desperate circumstances have driven them to leave everything behind and venture north. Others come as members of the Body of Christ, their journeys guided by God Himself. This is nothing new. 

Around 2000 BC, God called Abraham from what is now Iraq to leave his land and family, beginning a journey that would bless all nations. From his family would come the Savior of the world. 

Nearly a thousand years later, Ruth, a young Moabite widow, followed her also widowed mother-in-law to Israel, becoming the great-grandmother of King David. Ruth was one more immigrant in Jesus’ family line. 

And then came Jesus Himself, in what theologian Dr. Daniel Groody calls a double migration: first, leaving heaven to take on human form; then, as a child, fleeing with Joseph and Mary to Egypt to escape Herod’s wrath. 

From Genesis to the Gospels and beyond, migration is woven into the story of our faith. Migration runs through its very DNA. Whether or not we physically cross borders, following God always calls us to step beyond ourselves. 

At ELIM, these truths shape our ministry to immigrants. Sometimes, they need a word of love and the gospel lived out in action. Other times, we are the ones called by God to open our hearts to their acts of love and the ministry God has entrusted to them.  

Every day, we strive to meet their courage — the courage to leave everything — with our own courage to serve, offering advocacy rooted in legal services as the fruit of our own migrant faith

En Español:

Un estudio del Pew Research Center sobre la religión de los migrantes de todo el mundo afirma que los Estados Unidos es el destino de la mayor cantidad de migrantes cristianos internacionales: unos 35 millones de personas (el 27% de la población total). Usted puede ver el estudio aquí: https://www.pewresearch.org/religion/2024/08/19/christian-migrants-around-the-world/#destinations.  

Yo solía pensar que nuestro ministerio en ELIM era una especie de evangelismo en sentido contrario; es decir, que no necesitábamos ir a las naciones, pues estas llegaban a nuestras puertas todos los días. En la Norteamérica de habla inglesa existe la inclinación a vernos como la luz del mundo, la voz que le habla de Cristo a las naciones. Pocas veces se nos ocurre pensar que quizá Dios está haciendo llegar a las naciones a nuestro país para traernos el evangelio. 

Y claro, muchos de ellos intentan escapar de la violencia, del hambre, de la pobreza lapidaria en la que viven en busca de una vida y trabajo dignos; de prosperidad humana y material. En ese sentido, el concepto del “sueño americano” es quizá el mejor producto de exportación cultural que tienen los Estados Unidos. Atrae al país a millones de personas de todo el mundo. 

De modo que unos están aquí porque las circunstancias de su entorno los compele a dejarlo todo y aventurarse hacia el norte. Otros, porque son ya parte del Cuerpo de Cristo y sus movimientos están cuidadosamente dirigidos por Dios. 

Y esto no resulta raro. A Abraham, el padre de nuestra fe, Dios lo llamó en algún lugar de lo que hoy es Iraq alrededor del 2000 a.C. a dejar tierra y parentela para convertirse en bendición para todas las naciones. De su familia vendría el salvador del mundo y su historia comienza con un acto de fe que se vuelve un movimiento migratorio. 

Casi un milenio después, una joven moabita iba a verse sin su marido hebreo para seguir a su suegra, también viuda, de regreso a Israel. Esa joven inmigrante se llamaba Rut y sería la bisabuela del rey David y otra inmigrante más en el árbol genealógico de Jesús. 

Vendría luego Jesús mismo, el Rey y Salvador de este mundo, en una especie de “doble migración”, como la llama el Dr. Daniel Groody, Profesor de Teología y Rector Asociado de la Universidad de Notre Dame. Dicho de otra manera, Jesús, quien vive en relación amorosa con el Padre y el Espíritu Santo desde la eternidad, toma forma corporal y lleva a cabo una primera migración cósmica. Se hace como uno de nosotros para venir a salvarnos. Deja el cielo para venir a la tierra, rescatarnos y ser nuestro rey. 

Casi inmediatamente a su llegada a este planeta, Jesús se ve forzado a embarcarse en otra migración. Un impío rey de nombre Herodes intenta matarlo porque se ha enterado de quién es él y no tiene la intención de compartir lo que él piensa que es su reino con el niño de Belén. Sus padres, José y María, se ven forzados a emigrar a Egipto para salvarle la vida. Jesús va a pasar sus primeros años en este planeta como inmigrante. Es la de Egipto su segunda migración. 

Estos y muchos ejemplos más a lo largo y ancho de la Biblia me indican claramente que la fe cristiana es una fe migrante. El cristianismo lleva la migración como una semilla sembrada muy en lo profundo. Salgamos de nuestros países o no cuando Dios nos encuentra, siempre es necesario un movimiento de fe que haga, a quien es llamado, salir de sí mismo y darse por entero al Dios que ha venido desde hace dos mil años a ser nuestro rey. 

Certezas como estas son las que nos animan en nuestro trabajo en ELIM en favor de los inmigrantes. Nuestra postura ante cada persona que viene a nuestro ministerio es la de ávida expectación. En ocasiones son los inmigrantes quienes necesitan una palabra de amor y el evangelio encarnado en actos de amor. 

En otras ocasiones, somos nosotros quienes debemos abrir nuestros corazones a los actos de amor de ellos, al ministerio al que Dios los ha llamado. Intentamos cada día responder a la valentía de ellos en dejarlo todo para venir hasta nosotros siendo valientes a la vez para servirlos mediante la defensoría afincada en servicios legales, que es el fruto de nuestra propia fe migrante. 

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